Pablo Pascual tiene doce años y acaba de terminar sexto de primaria. A diferencia de la mayoría de niños de su edad, de mayor no aspira a ser como Messi o como Cristiano Ronaldo. Cuando crezca quiere ser cocinero. Aunque él mismo admite que «los niños cambian de opinión cada dos por tres».
Su pasión por la cocina la bebió de casa, su madre Belén acumula cientos de libros de recetas y su padre Ignacio siempre fue «muy exigente» con la educación en la mesa. El resultado: Pablo come de todo, ensaladas, legumbres, pescado y verduras. Además le gusta ir a la compra con su madre y ayudarle cuando prepara algún plato especial.
MasterChef fue el detonante. Hace cosa de un mes Pablo se enganchó al programa como millones de españoles. «Le digo que termine de verlo en la cama, porque acaba tardísimo y así le podemos decir a su madre que ya está acostado» nos cuenta Ignacio. Pero Pablo lo ve todos los martes hasta el final. «No me gustó que echaran a Cerezo, era el único que cuando el jurado pedía que hicieran un cordero, hacía un cordero», dice rotundo. También discrepa del concepto minimalista en la cocina, «es que servir un solo ravioli…» exaspera ante la presentación de la pasta fresca de Clara que encandiló a Jordi Cruz.
Tiene muy claro que su favorito es Juan Manuel, aunque reconoce que Eva también merece ganar el concurso. Y como a muchos, desde el principio, le cae mal José David. Sus padres, que quieren alentarle en esta incipiente afición, le han regalado un gorro de cocinero y Pablo se ha especializado en brownies y hamburguesas.
Inquieto, despierto y estudioso. Pablo es un niño como los demás, que juega al fútbol en el patio y que en verano se va de campamento a disfrutar con sus amigos. Pero a la vez, pertenece a esa minoría creciente de chicos y chicas que buscan aspiraciones alejadas del [i]GranHermanismo[/i] para seguir su ejemplo. La suerte fue que la gastronomía se cruzó en su vida.