Con el calor y las vacaciones cambian totalmente nuestros hábitos alimentarios; apetecen comidas más refrescantes y menos pesadas y nos damos algún caprichito que otro.
A la hora de refrescarnos triunfan las sangrías, los tintos de verano y las cervezas bien frías. Además cada vez es más frecuente degustar cócteles en el chiringuito o en la hamaca de la piscina.
En cuanto a los vinos, las ganas de refrescarnos y las comidas menos pesadas suelen derivar en un mayor consumo de caldos blancos o rosados. Destacan los albariños con su toque salino que nos recuerda al mar o los espumosos como cavas y rosados italianos. Es importante recordar que la temperatura ideal para tomar un vino blanco está entre 7º y 10º; si lo servimos más frío perderemos gran parte de los matices, y por debajo de 5º no percibiremos la mayoría de los sabores.
Redacción: Gastronomia.com