Para rematar la temporada de primavera hemos pasado unos días de descanso en Zúrich, en un intento de escapar del calor peninsular. No contábamos con que el índice de humedad la ciudad que es hoy la capital financiera de Suiza y probablemente la más animada del país neutral, era altísimo. Claro, Zúrich está dividida en dos por el río Limmat y el cantón que recibe el mismo nombre se extiende alrededor del lago Zurichsee, de forma que la sensación de calor era asfixiante, pero soportable cuando las calles se regaron con tormentas vespertinas que trajeron granizo como regalo.
Zúrich es una ciudad de diseño. Tanto el aeropuerto como los escaparates de la Bahnhofstrasse y aledaños son una buena prueba de ello. La máxima «menos es más» se aplica en sus iglesias cuyas torres se adornan de relojes enormes que nos sugieren de dónde proviene la conocida puntualidad suiza. Sus habitantes son muy cosmopolitas y, aunque el origen del 70% de la población es alemán, en las impolutas calles de esta ciudad se oyen todos los idiomas. El refinamiento en lo estético se traslada a lo gastronómico y hacen deZúrich una ciudad muy gourmet llena de posibilidades. Por eso, voy a recomendarles hoy un supermercado para foodies y dos restoranes.
Tengo la costumbre de tomar el pulso de las ciudades a las que voy haciendo una visita a algún supermercado. Otros prefieren sentarse en la plaza principal y observar a la concurrencia mientras toman un café y leen la prensa. A mí me gusta adentrarme en las tiendas de comestibles. Entré en Jelmoli y me dirigí a la tienda gourmet del sótano. No había visto nunca tanta oferta de productos. Luego me enteré de que estos grandes almacenes llevan el apellido «The House of Brands» desde 1833 cuando Peter Jelmoli-Ciolina los fundó con la idea de ofrecer a sus clientes artículos selectos a un precio fijo. Esa filosofía se mantiene vigente hoy y la selección de productos es impresionante. Hay muchísima variedad de comida oriental e italiana, una buena selección de quesos y de chocolates, una magnífica bodega, una pescadería muy surtida y un puesto de panadería muy tentador. Encontré especialmente apetecibles los bundts recubiertos de chocolate y los pretzel de formas imposibles. Hay restoranes de calidad tanto en el sótano como en el ático —Sopra—, uno de ellos en la terraza. Me divirtió encontrarme allí a cuatro orientales sentados en una mesa cuadrada disfrutando de una fondue de queso y de una bandeja de sashimi. Eso es «cocina fusión» y lo demás son tonterías.
Bajando por la Bahnhoffstrasse hacia el lago y girando después a la izquierda, descubrimos el restorán Metropol en un edificio neobarroco imponente construido por el arquitecto Heinrich Ernst en 1892, que ha sufrido un proceso de restauración recientemente. Estuvimos comiendo fuera, bajo la aireada arcada. El ambiente era inmejorable y la comida riquísima. Dos copas de champagne y algo ligero. Yo tomé el mejor Club sándwich que nunca he tomado: un piso con salmón ahumado de gran calidad, tomate en rodajas muy finas, lechuga y salsa rosa; y otro con salmón a la plancha, tortilla francesa, rodajas de pepino muy fino y salsa rosa. Un cucurucho de papel de estraza con patatas fritas y mayonesa y kétchup caseros. En la carta decía que el sándwich llevaba aguacate y wasabi. Yo no los vi por ningún sitio, pero no me importó. Estaba delicioso así. Mi acompañante se decantó por la ensalada César con pechuga de pollo marinado, una receta muy sofisticada que parece que importó Wallis Simpson desde América, desde el restorán de su inventor, Caesar Cardini, a Europa. Tenía muy buena pinta.
Para cenar nos inclinamos por la cocina francesa. «Mère Catherine, inspiración mediterránea», se llama el bistro situado en la almendra histórica de Zúrich en un edificio de aspecto gremial que data de 1565. Cenamos fuera, en una terraza iluminada por millones de lamparitas y cubierta por toldos y sombrillas de lona rayada. Desde nuestra mesa podíamos oír el agua de las fuentecillas que adornaban la terraza. Podías estar en Italia o en Francia. Decidí que prefería imaginarme en Francia aquella noche y pedí caracoles à la bourguignonne. Deliciosos. La salsa de mantequilla, perejil y chalotas era magnífica. Una ensalada verde con piñones y pipas divinamente aliñada para acompañar. Un par de copas de vino blanco. Mi acompañante tomó tartare de boeuf à la mediterranée acompañado de patatas fritas. No nos gustó. La carne era buena y fresca pero el apellido, à la mediterranée, era engañoso. Estaba aliñado, casi macerado, de una extraña forma que eliminaba el sabor raw del tartar.
De vuelta al hotel me crucé de nuevo con la estatua del pedagogo Pestalozzi. Me acordé entonces de José María Blanco White, que pronunció el discurso inaugural del madrileño Instituto Pestalozziano, una aventura que duró demasiado poco tiempo. Desconocía que Pestalozzi hubiera nacido en Zúrich. Otro buen producto que sale de esta ciudad.
Covadonga de Quintana
Editorial Tejuelo
@CovadeQuintana
© Fotografía de la autora: Balabasquer
Publicado por Covadonga de Quintana | 23 de junio de 2014
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