Llegábamos a la plaza Serrano, en pleno barrio de Palermo Soho, a eso de las once de la mañana. Al contrario que a la ida -en que una hora de retraso junto con otra de cambio horario nos habían hecho perder dos horas a nuestra llegada a Montevideo - por inusual que resulte, en esta ocasión el destino quiso repararnos la merma con un adelanto de vuelo y nos obsequió con una propina de dos horas en Buenos Aires antes de iniciar el regreso a Madrid, lo que nos permitió hacer una rápida incursión en este conocido barrio de la capital argentina que aún no habíamos tenido oportunidad de conocer.
Y no las pudimos aprovechar mejor. Tras un breve pero suficiente paseo por las calles de esta vanguardista zona bonaerense, aun desperezándose, tardía, como todos los barrios bohemios de cualquier capital moderna que se precie, nos sentamos en una de las mesas de Sans en la pequeña terraza a pie de calle (Serrano 1595) dispuestos a disfrutar nuestro segundo desayuno del día. Los aledaños de la placita Serrano –como la llaman los lugareños-, con las rústicas pero renovadas tabernas en los chaflanes coloridos de las calles Borges o Thames nos sedujeron invitándonos a buscar una nueva ocasión para volver cuanto antes, o como la librería Libros del Pasaje (Thames 1762 con pasaje Russel) que con su ambiente y diseño nos enamoró nada más entrar.
El aspecto exterior e interior de Sans eran tan sugerentes como la carta: todo tipo de panes, sándwiches, batidos, smoothies, tortillas, cafés varios y cartas de tés; la terraza que después descubrimos en el piso superior, tamizada del bullicio de la plaza por el ramaje del arbolado urbano, espléndida para toda ocasión. Llegó rápido nuestro desayuno generoso en las viandas con unos zumos frescos y mermeladas caseras que iban en el lote. Volvimos a disfrutar de los panes bonaerenses, sabrosos, tiernos, de los que ya en días anteriores habíamos dado cuenta. Pero lo que más nos sorprendió fue cuando además de una buena mantequilla para untar el pan nos trajeron el aceite de oliva que con poca esperanza habíamos pedido.
Y fue una sorpresa por muchas cosas: en primer lugar porque llegó a la mesa un aceite de oliva virgen extra de buena apariencia y no en una botella sino en una vinagreras con tres botellas de 250 cl., conteniendo cada una un tipo distinto de aceite de oliva (frantoio, manzanilla y arauco) todos ellos de la misma casa –Familia Zuccardi- y producidos en Salta y Córdoba, ambas localidades de Argentina.
Extrañada de que árbol tan netamente mediterráneo se diera por estas latitudes no dudé en conectarme al wifi del local para investigar el asunto en internet y resulta que este producto tan típica y esencialmente nuestro y del que además nos llevamos la palma en producción y en calidad –ahora con más tino comercial que hace unos pocos años- comienza a producirse con éxito allende los mares. Pero como quien dice, casi por casualidad; avatares históricos.
Resulta que aunque fuéramos los españoles quienes introdujéramos el olivo en América (probablemente mérito jesuítico, no parece estar del todo claro y no he tenido ocasión de investigarlo aún en profundidad) al parecer su producción, introducida en Argentina desde el Perú en 1562 por don Francisco de Aguirre, avanzados los años comenzó a poner en riesgo el comercio de la metrópoli, por lo que al más puro estilo británico se cuenta que nuestro napolitano rey Carlos III, el mejor de nuestros reyes, dictó una orden por la que prohibía la plantación de olivos en América, yendo mucho más allá un par de años después al dictar otro decreto por el que obligaba a arrancar todas las plantaciones de olivo y de vid.
Aunque hay quien dice que en los Archivos de Indias no se encuentra tal orden, fuera como fuera –y prometo, trataré de estudiarlo más adelante- así se hizo, y fueron todos desarraigados a excepción de un solo y pequeño ejemplar en el pueblo de Aimogasta, en el departamento de Arauco, La Rioja, al norte de Argentina, que la tradición cuenta se salvó gracias a que una anciana lo tapó con su capa. Arauco se considera así la especie autóctona argentina. Desde entonces la producción oleica del país pasó por diferentes épocas dependientes siempre de las cambiantes políticas de cada momento, experimentando en las últimas décadas un exponencial incremento que a día de hoy sitúan al país de la plata como el primer productor de América del Sur y el décimo a nivel mundial, por mucho que el total de sus zonas productivas –principalmente Mendoza, Catamarca o La Rioja - no represente aún más que el 1% de la producción mundial.
Y así, a medio sol de una agradable mañana bonaerense, es como inesperadamente disfrutamos de un buen pan con un mejor aceite de la familia Zuccardi y nos levantamos de tan agradable desayuno de regreso a Madrid sabiendo una cosa más. Y es que el saber, ya se sabe, no ocupa lugar….
Ainhoa del Carre
Editorial Tejuelo
Publicado por Ainhoa del Carre | 31 de enero de 2014
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