Acudí encantada a la convocatoria de la promoción de las ostras del Eo en Madrid. Y no solo por el producto, sino porque mantengo con la ría de Ribadeo una estrecha vinculación: a su vera occidental nació mi abuelo, en el lado gallego de la ría, ycierra por su lado oriental el territorio por el que más amor siento, mi Asturias querida.
Sí, las rías son además un entorno mágico, cambiante, vivo. Regalan al hombre cuanto alimento necesita: pescado, mariscos, crustáceos…; y regalan también sosiego al alma y al espíritu y bellos momentos para la activa contemplación. Porque en la ría de Ribadeo es activa, sin duda, la contemplación de sus cambios de color al mismo ritmo que cambian la luz y sus mareas. Un espacio en que conviven, por siglos, actividades de marisqueo tradicional con las singladuras de la vela latina que la cruzan en los animados periodos estivales. No en vano es Reserva de la Biosfera este espacio singular en el que se encuentran río y mar para delimitar tierras gallegas y asturianas. Y conviven ahora con la acuicultura también. Aunque ya Richard Ford en su Manual para viajeros por España y lectores en casa publicado en 1845 y traducido al español una década después, hablaba elogiosamente de las ostras de la ría del Eo.
Hoy, el Ayuntamiento de Castropol, ese pueblo de cuento que a modo de mascarón de proa se yergue perenne sobre las aguas aun cantábricas, ha apostado por apoyar la iniciativa de las empresas empeñadas en recuperar para este lugar el prestigio que sus ostras tuvieron tiempo atrás. Me dicen que ya Plinio las mencionó, no lo sé. Lo cierto es que de forma natural siempre se dieron allí y hoy, además, son el único punto de la abrupta costa asturiana donde se producen con la mano voluntariosa del hombre emprendedor. Ostrastur o Acueo nos presentaban en Madrid hace ya más un par de meses, sus mórbidas y sabrosas criaturas, esas exquisiteces que esconden en su dura y basta concha toda la esencia y sabor de la mar y que estos empresarios miman como si de la niña de sus ojos se tratara. Bajo el particular lema de “Somos la Ostra” Castropol convocaba para el pasado puente del primero de mayo el II Festival dedicado a este molusco en una clara muestra de empeño por conciliar desarrollo local con sostenibilidad.
Las ostras estaban como se puede esperar, exquisitas, preparadas por la mano experta de Jose Antonio Campoviejo, del Corral del Indiano, Arriondas, que compartió con nosotros parte de su carta regalando nuestro paladar con su “mar y montaña”, en el que combina el bibalbo con carne ecológica de la llanisca Sierra del Cuera; toda la esencia de Asturias, extremos de productos propios de sus tierras desde el Oriente al Occidente, en un plato sutil digno de la estrella Michelín que esta casa ostenta defiendo con soltura y destreza año tras año.
Y continuando con estrellas Michelín no pasó mucho tiempo para que se me presentar de nuevo la oportunidad de volver a comerme el cantábrico de un solo bocado en el recién incorporado a la lista de estrellas que jalonan nuestra tierra, El Retiro de Pancar, Llanes, de Ricardo Sotres, que reabría su local tras un par de meses de obra para adecuarlo a la categoría que el reconocimiento y su buen hacer merecen; una obra acertadísima que hacen de esta casa de toda la vida un punto indiscutible de encuentro y disfrute ya sea en torno a esa ostra del Eo con cítricos que tan bien trata –aunque personalmente me quedo con las de calibre más pequeño-, a los tortinos que tan bien hicieron siempre o a ese pitu caleyacon arroz que mantiene, intuyo, tanto por aclamación de sus parroquianos como por mantener el eslabón que le une a la tradición de la casa y de sus mayores, que vino dando buenos momentos a tantas generaciones de llaniscos y veraneantes.
Publicado por Ainhoa del Carre | 8 de julio de 2015
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