Mamá Campo: en puridad el primer restaurante eco de Madrid

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Publicado por | 17 de marzo de 2014
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Mamá Campo: en puridad el primer restaurante eco de Madrid
Aunque no son los primeros en ofrecer platos con cultura de alimentación “eco”, sin embargo, la mayor parte de sus predecesores suelen ir asociados al vegetarianismo o filosofías más radicales o bien forman parte de espacios multifuncionales, siempre con el marchamo “eco-bio”. Pero hace diez días abría sus puertas en la castiza plaza de Olavide, en pleno barrio de Chamberí, el pequeño restaurante de Nacho Aparicio y los hermanos Yllera encabezados por David. Y lo inauguraron no solo con la ilusión del que emprende un nuevo empeño, sino con plena convicción.

En estos tiempos de crisis -que, efectivamente a mi juicio la calle delata que empieza a remitir-, abrir un nuevo local denota no solo la valentía de este joven equipo sino que evidencia también el empeño y conciencia que les impulsa. La crisis es para unos lugar donde encontrar un nicho y para otros, como para Mamá Campo, evidencia la razón y espíritu de su emprendimiento, la primigenia razón de lo uno y de lo otro.

¿Recuerdan ustedes mi artículo de hace unos meses titulado Somos lo que comemos? Pues este nuevo restaurante madrileño viene a dar razón de lo que en aquel se decía: cada vez somos más los que creemos que la alimentación no es solo una cuestión meramente de necesidad biológica o una cuestión social, de relación entre iguales; ni siquiera un elemento más de disfrute de la vida o una experiencia relativamente rápida en que activar nuestros sentidos gustativos, olfativos y visuales para ponerlos a trabajar coordinadamente y obtener unos gratos momentos de satisfacción multisensorial. La alimentación es, ante todo, esencia de nuestro ser y por ello ha de estar en coherencia y armonía con la naturaleza de la que proviene y a la que pertenecemos.

Mamá Campo es un restaurante ecológico. Todo lo que está en su carta –a excepción de un par de productos que por su naturaleza no pertenecen a esta clasificación legal, y así lo avisan- tiene un denominador común: el origen sin fertilizantes ni químicos desde el momento primero de su producción, desde el terreno donde se producen; responden todos a la etiqueta Eco de la C.E. La carta es corta, clara, sugerente. No vaya nadie a confundirlo con un restaurante vegetariano, porque no lo es. Las albóndigas de ternera son de carne proveniente de pasto ecológico asturiano; de la carrillera de cerdo con calabaza y frutas caramelizadas, a la altura de la de los más reconocidos restaurantes de este momento de boom culinario que vive nuestro país doy fe, por su categoría y buen fogón –que corre de la mano experta del cocinero Dani Larios, después de su paso por el Mercado de la Reina, o el londinense «Pirata Detapas» mencionado en la guía Michelín-; del salmorejo, aderezado con jamoncito del bueno ni rastro quedó en nuestra primera incursión... Y es que, como decía, somos hoy muchos los que pensamos que hemos de ser conscientes de que cuanto ingerimos acaba por dejar rastro en nuestra salud y nuestro carácter; incluso en nuestro comportamiento más inmediato. Por eso el azúcar es de caña, los vinos de cultivo ecológico –y aunque no extenso el repertorio sí es variado: Penedés, Villena, Rioja, etc-.

Y esa coherencia con el equilibrio entre lo que la madre Tierra nos da y lo que tomamos de ella se refleja también en su desenfadada pero cuidada decoración: Manolo Yllera ha plasmado a la perfección la filosofía de esta convicción ambientando el pequeño local con unas mesas de madera de roble que son lo primero que a uno le impulsan a activar la actividad sensorial, porque la suavidad de la madera, pulida, y los cantos matados de los bordes invitan a acariciarlas sin más, solo por comprobar y disfrutar de su suavidad; apliques de paja y arcilla a modo de nido de golondrina invertidos; lámparas como de nidos de gusanos de seda, de parejas de tejas viejas, sabias y añejas, pendidas de cuerda de rafia, o el gran árbol liofilizado rebosante de flores blancas con que Mamá Campo se ha sumado a dar la bienvenida a la primavera, son prueba de que el esfuerzo e lisión de este nuevo negocio no es una rebuscada idea comercial más, sino una convicción y convencimiento de que así ha de ser: la coherente convivencia entre el hombre y la Tierra; la responsabilidad entre el alma y la necesidad física de la ingesta; la sostenibilidad…

Y no por ello debemos estar menos agradecidos a los investigadores, productores e industriales que en su día hicieron posible el milagro de la alimentación global, salvando de plagas y carestía a comunidades enteras cuando allá por los años 60 se produjo la llamada «revolución verde», que fue capaz de alimentar a durante décadas a generaciones todas las culturas y salvar de la hambruna a pueblos enteros de casi todos los rincones del mundo. Pero cada uno es hijo de su tiempo y eso quedó atrás. Hoy, con un larguísimo repertorio de crecientes enfermedades catalogadas bajo el simple y común  adjetivo de «raras», son otros los que les siguen y han tomado el testigo para conocer más de ellas, buscar su origen desencadenante y poder aportar toda una vida de investigación para paliarlas o evitarlas –¡ojalá!-; pero de una forma u otra y en mayor o menor medida todos acaban convergiendo en un punto: la alimentación, ese acto rutinario y vital que cada día lleva a cabo el ser humano, es elemento esencial de cuanto sucede dentro del organismo.

Mamá Campo (que además tiene a veinte metros su propia tienda del mismo nombre con productos ecológicos y con filosofía de slow food y del directo del productor al consumidor) es, seguro, la avanzadilla de una nueva forma de entender el negocio de la hostelería; abre brecha para una nueva generación de restaurantes sin complicaciones, sin fórmulas rebuscadas, pero que -estoy segura- el peso de la evidencia hará que lleguen para quedarse y satisfacer la demanda de una real y cada vez mayor generación de ciudadanos que hoy piensa igual, de distintas edades y tendencias pero con una misma convicción; calidad y buen comer, sí, pero con conciencia y salubridad; esperemos que sea así….

Ainhoa del Carre.
Editorial Tejuelo
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