Se mueve y su corazón late a mil por hora en Justicia y más concretamente en el barrio de Chueca, epicentro de la hiperactividad culinaria empresarial.
Late con un ritmo frenético que no da tiempo a seguir ni a los que transitamos a diario sus decimonónicas manzanas atentos a sus movimientos en estos tiempos en que se empeñan unos en convencernos de que salimos de la crisis y otros persisten en su pesimismo endémico sin reparar en que desde hace meses Madrid va, aunque perezoso, recuperando poco a poco el ritmo de su tráfico de antaño al tiempo que se hace cada vez más difícil sortear los andamios que como setas han vuelto a surgir por las calles de la capital; o al menos en esta inspiradora zona que se prepara, por otro lado, a recibir su desmesurada fiesta del orgullo gay.
Y no es una opinión política la que doy, ni mucho menos; basta con observar, pararse a observar tan solo lo que sucede en este pequeño cogollo con vida propia de la capital de esta España nuestra estos días en pleno debate. No me voy a repetir refiriéndome a los estrenos ecológicos habidos en la zona en estas últimas semanas; para ello pueden consultar mi artículo anterior. No. Es que en tan solo este último mes en Chueca son muchos otros los luchadores (¿emprendedores? ….pufff… ¡qué palabra tan manida!; tenidos ahora por héroes y antes villanos, los que emprenden, los empresarios, ¡han existido de siempre!); por ello, al margen de los hosteleros más concienciados con la salud, me voy a referir a todos los demás luchadores que creen en una idea y se ponen manos a la obra para llevarla a cabo una ilusión; con empeño, con dedicación, con compromiso, con gusto, contra todas las trabas administrativas y asumiendo una responsabilidad personal. Y seguramente disfrutando pese a ello.
No hace dos meses abría en la calle Hortaleza nº 74 el segundo Saporem, bar restaurante anexo al Host 007 con su patio interior dedicado a terraza en claro signo de modernidad; hotel y restaurante, sí, pero marcado por la seña de los tiempos. Y no hay que desplazarse ni 100 metros para llegar al remanso de paz y buen gusto que es Bosco de Lobos, el restaurante italiano abierto hace un mes en la sede del actual Colegio de Arquitectos que ocupa lo que por casi cien años viniera siendo el Real Colegio de San Antón. Todavía aun hoy, a Dios gracias, se mantiene la tradición de bendecir a las mascotas el día del santo patrón de los animales, los 17 de enero de cada año, y es que este es uno de los principales encantos del barrio de Justicia que ha sido capaz de hacer convivir al mundo vanguardista con las más arcaicas costumbres de nuestro castizo solar.
Para los que aun siendo urbanitas somos amantes del espacio abierto y de la luz, de lo verde y de la vida al aire, Bosco de Lobos es un espacio perfecto. Desconozco a cuál de sus señores colegiados corresponde el mérito de este proyecto, capaz de integrar en un espacio acotado en todo su perímetro por grandes cristaleras la vegetación que con toda lozanía luce hoy en su patio. La carta no he tenido aún la oportunidad de probarla pero la calidez de los suelos, tachonados de tacos de madera como en la entrada de Capitanía en La Habana Vieja o en los portales señoriales de Praga o Budapest, y de las estanterías repleta de libros -de arquitectura, claro, la mayoría; y de arte, de poesía, novelas varias…- en justo equilibrio con la luz del exterior y el jardín que empieza a fortalecerse, son una indeclinable invitación para estos día de verano que ya llegan por fin. No dejen de ir y darle ese gusto a su vista.
Pero no son los únicos. Chueca, digo, late a un ritmo trepidante rompiendo todo pesimismo endémico relativo a la tan manoseada crisis. Quizá sea la tradición ágil que impregna el barrio tan solo por el autor de zarzuelas que le da nombre. Seguramente la mayoría de sus moradores desconozcan que hace referencia a don Federico Chueca y Robles, autor de sainetes, revistas y zarzuelas que vivió en Madrid entre los años 1.846 y 1908 y entre otras nos legó, junto con Joaquín Valverde, una de sus más conocidas composiciones del llamado género chico: La Gran Vía. Rebelde, como el barrio a quien deja su nombre, estuvo preso en la cárcel de San Francisco tras las manifestaciones estudiantiles contra el gobierno de Narváez y a él debemos también la conocida zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente.
Pues de aguardiente y de tabernas es de lo que les quería hablar. O de neo tascas más bien, como a sus propietarios les gusta llamar. Porque después de Celso y Manolo, que también se enmarca en esta definición, una de las más sonadas aperturas de la zona ha sido no hace ni una semana escasa la del mediático Alberto Chicote: Yakitoro (C/ Reina 41). Con clara referencia nipona y haciendo pivotar casi toda la elaboración de la carta en torno a una parrilla que confiere al local un levísimo olor a parrilla de carbón, tan evocador, nos contaba Inma que en su diseño –a cargo del estudio de interiorismo de Picado de Blas- han puesto todas sus ideas acumuladas en estos años de experiencia para hacer de su primer negocio propio un espacio distendido y de disfrute, en el que lo primero que llama la atención son los monos de mecánico de aviación que luce todo el equipo –sin distinciones- o las mesas en las que un hueco ovalado en el centro son cubiteras con hielo….¡gran idea!. Hielo y fuego quieren ser las señas de identidad de este nuevo local que con desparpajo (como ellos mismos adjetivan) da de comer toda su carta -atención a los aficionados a las horas tardías como yo- ¡a cualquier hora del día y hasta la hora de cierre!. En menos de una semana se ha convertido ya en destino obligado de este pequeño corazón de Madrid para todo foodie que se precie, por lo que si quieren ir a horas “ortodoxas” les recomiendo reservar.
Para terminar con esta hiperactividad gastro-empresarial del barrio de Chueca antídoto indudable para la persistente crisis, me quedan dos menciones: anoche mismo abría en el palacio de Santa Bárbara Manzana Mahou 330. Aunque con evidente y no escondido patrocinio de la marca cervecera castiza por excelencia (¡olé por Mahou, apoyando la actividad!) la pequeña terraza de este clásico palacete del centro de Madrid a modo de confortable oasis o rústico chill out será seguro punto de encuentro de todos los vecinos del barrio, aunque quizá se dejen caer antes por el también novísimo Mercado de San Ildefonso, en Fuencarral 57,más mercadito de puestos y con barra a modo de lo que hoy se ha dado en llamar street market, con buenos quesos de otra conocida tienda del barrio por ejemplo u otros productos gourmet y con un curioso espacio a cielo abierto que aunque mucho más atrevido y urbano da buen resultado y es sin duda ejemplo de cómo sacar con éxito partido a las cosas con empeño e imaginación (mérito del Grupo Nivel 29 y Cousi Interiorismo).
Como ven es cierto, Madrid se mueve, y hasta aquí llegan mis más recientes observaciones y sugerencias para tan prometedor verano en las rápidas incursiones que me permiten mis carreras de un lado a otro de Chueca. Pero ya que me refería al principio al compositor que da nombre a este barrio siempre pionero, no quiero terminar sin otro apunte más. Ayer mismo charlando con Xavier Mollá para nuestra entrevista el lunes próximo en Sopa de Letras a cerca de su libro Historia del Salvatge 2, le mencionaba la persistencia de la música en su obra. Y este artista de la imagen no dudaba en afirmar, contundente, la relación entre música y gastronomía. Este barrio lo deja bien claro. ¿Será acaso también porque en el número 4 de la calle de San Onofre vivió a finales del XIX Isaac Albéniz mientras cursaba sus estudios en el Real Conservatorio de Música….? Les dejo pues que buceen y opinen de todo ello por ustedes mismos mientras esperamos ansiosos lo que nos prepara para pronto Diego Guerrero, hasta hace poco cocinero del Club Allard...
Ainhoa del Carre.
Editorial Tejuelo
Publicado por Ainhoa del Carre | 13 de junio de 2014
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