El Londres del siglo XXI: modernidad y tradición

Pensamientos gastronómicos
Lecturas y productos gastronómicos que ponen a funcionar nuestras neuronas

Pensamientos gastronómicos

Publicado por | 20 de mayo de 2014
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El Londres del siglo XXI: modernidad y tradición
No voy a aburrirles con la primera de San Isidro donde les dejé la última vez. Insulsa a más no poder y salvada solo por la inmejorable compañía de quien tuvo a bien convidarme a un palco disfruté, eso sí, de una excelente charla y de la cercanía de la banda, como saben, escueta por fortuna, sólo en la de las Ventas.

Y como pese a ello no hay que olvidar que «hasta el rabo todo es toro» me lleva el refranero a retomar el punto donde el último día les abandoné a mitad de relato culinario londinense, y ya que «del cerdo hasta los andares» retomamos pues nuestra cena que les adelantaba sorprendente y que más coherente habría sido tener en St. Martins on the Fields, ya que si de andares campestres se trata, de uno y otro animal ya se sabe que encuentran el fin de sus pasos los dos en el mismo punto, uno en bravo lance en la arena –se supone- y el otro, el día de San Martín. Pero muertecitos al fin...

Pero no, no fue en St Martins on the Fields sino en St. Jhon's St., vuelta al barrio de Farringdon a tan solo dos calles en paralelo a Ibérica London. Ni un minuto hay, a pie, al antiguo mercado central de Londres en cuya historia y mantenimiento como ya les decía merece la pena reparar si anda uno por ahí o tiene muchas cosas ya vistas en esta inagotable capital.

Pero seguro no habrán visto lo que ahora les voy a contar: el restaurante St. Jhon's –en la calle del mismo nombre, nº 26- es, para algunos, lo mejor, lo más in y representativo de la moderna gastronomía londinense. Bastante underground y dedicado casi en monográfico al cerdo o cuanto menos a las vísceras en general, St. Jhon's se ubica es un local entrada a antiguo garaje donde, todo, todo en blanco, tiene una barra informal que presume de cervezas; a la derecha la breve escalera que seguramente en su día daría acceso las oficinas conduce ahora al restorán, espacio parco en decoración, todo blanco, con la cocina de acero a la vista a la vista y sus cocineros con sus blancos sombreros trajinando con cerditos de tamaños diversos (vamos, como los del cuento, y más bien creciditos ya); los camareros, moviéndose amables por la sala adivinen… ¡justo: en blanco también!

Y entre tanta, tanta blancura, la maitre, coletilla rubia mal recogida en el cogote y tras unas gruesas gafas de pasta, ¡subida a sus tacones de «bailaora» medio vestida de faralaes!; falda de capa negra a la rodilla con sus vuelos bien dispuestos y camisa roja de grandes lunares blanco con nudo a la cintura… Espectáculo, eso sí, muy de agradecer a las horas que nos dieron mesa y sin rechistar: once de la noche; tarde ya en estos días hasta para nuestra madrileña capital, distante ya de aquellos tiempos en que quedar a cenar a las diez y media u once era lo normal. La globalización, a unos y a otros y para bien o para mal, todo lo alcanza.

En fin, esta es una página gastronómica y por tanto a cuestiones culinarias me he de remitir. Pues diré que lo pasamos bien pero que volvería más por la gracia de la zona y el local que por su cocina y menú. Mi plato de tuétano era más generoso sin duda que el de StreetXO de David Muñoz, pero claro, lo siento -y no es amor patrio- es que no tiene comparación. El de mi acompañante –el roast middlewhite & chard, ingerible al tercer o cuarto bocado sólo gracias al aliño avinagrado y potente en mostaza que contrarestaban las gruesas lochas de panceta, así tal cual. Pero bueno, como el gusto culinario es una cuestión muy particular aquí les dejo la carta de aquel día y opinen ustedes mismos. Como experiencia para mentes abiertas –o incluso para las muy arcaicas- no lo puedo dejar de recomendar; aunque pretende ser moderno a mí me pareció, en realidad, una reinvención de lo más rústico y diríamos, hasta racial. Ya les decía hace unos días ¡una experiencia!

Así que al día siguiente preferimos no arriesgar y nos remitimos sin dudarlo a los buenos consejos que Covadonga, mi compañera de blog, daba en su columna dedicada  Williams-Sonoma y Londres y elegimos The Sheed; el local no podía quedarnos más a mano (prácticamente en la esquina noroeste de Kensigton Gardens) y con ese nombre tan campestre-el cobertizo- seguíamos en la línea de lo rural pero en una zona más «posh»; y nos encantó.

Y es que en lo que a Inglaterra se refiere Covadonga no tiene parangón: nada de lo que se mueva en el ámbito cultural se le escapa. Desenfadado, casi improvisado, lo que debió ser la caseta del jardín es hoy un lugar agradable, acogedor y desenfadado ejemplo de cómo el buen gusto no necesita ni grandes inversiones ni de grandes lujos. Cierto es que una es amiga de lo campestre y de lo rural, no lo voy a negar, y por ello probablemente lujo me parece lo que en The Sheed ofrecen  - con gran simpatía y amabilidad, por cierto-: directo de la tierra al plato.

El negocio lo llevan tres hermanos de los que uno atiende la sala, otro concibe  y confecciona la carta a partir de  los productos de temporada de los que el tercero de ellos provee y produce en la finca familiar de Susex, platos imaginativos y actuales -english tapas- con marchamo de auntenticidad agraria en la onda del slow life. Y cierra el círculo lo más sorprendente: el vino rosado, espumoso sin excesos, también producción propia que es la actual dedicación de los padres de los tres hermanos y si he de ser franca, sin ser en absoluto entendida en vinos y mucho menos en espumosos, no estaba pero que nada, nada mal. Además del blanco parece que para próximas fechas tendrán listo su último hijo: un vino tinto….¿lo sabían Vds.? ¿¿¿vino tinto inglés???? ¿Será entonces cierto aquello del cambio climático, de la elevación de las temperaturas acompañadas de las consiguientes modificaciones biológicas? Yo no les puedo responder a esa pregunta pero una cosa sí les puedo decir: estando todo bastante bueno, cuidado y original, el rey de la comida fue el postre –lo que, tomen nota, porque rara vez me oirán decir-; y de lo más tradicional: ruibarbo sobre crema de limón -lemon crust- y merengue que ¡no podía estar mejor….Buenísimo!

Para un agradable plan desenfadado de domingo urbanita con necesidad de aire a campo no lo duden, The Sheed; y después de esta experiencia para próximas visitas no me cabe duda: seguiré al pie de la letra toda propuesta que mi socia pueda hacer en esta o cualquier otra página…Porque aunque al día de lo moderno y actual, está siempre dentro de la más pura tradición británica.
 
Acabo así esta entrada con un recuerdo de mi anterior visita en un plan opuesto, totalmente british en esta ciudad vanguardista y tradicional hasta los extremos, sugerencia para quienes no les haya tentado nada de lo que hasta aquí se ha dicho. ¿Quieren de verdad un Londres más tradicional? Pues entonces no dejen de hacer el siguiente plan: llegada la tarde y ya según tengan entradas para un buen ballet o una  buena obra de teatro, arréglense como mandan los cánones para ir antes o después a tomar el té -o una copa- en el salón del Rizt para luego disfrutar del ambiente decimonónico de Simpson in The Strand, junto al Savoy, y así saborear desde sus bancos sus clásicas opas y el consabido roast beef, delicioso y fileteado ante el comensal; el kidney pudding, que es mi principal pasión de la –escueta- comida tradicional británica ….o el servicio impecable de quien lleva décadas, incluso siglos, haciendo de ello su seña de identidad.

Y como de tradición hablamos no puedo por menos que concluir este relato tal y como lo empecé, hablando de toros; porque mientras escribo estas líneas camino de Pekín me ha venido a la memoria que no hace tres meses tuve el placer de conocer en Valladolid, en la tienta con Iván Fandiño de la que les hablé en mi entrada De Pinares, toros y torreznos, al presidente del Club Taurino of London, fundado en 1959. Y me da por pensar en la paradoja que supone que mientras en ciertas partes de España cierran las plazas en el corazón de Londres, capital del país defensor de los animales por ontonomasia, desde 1959 se vienen reuniendo en el CTL, club al que pertenecen y disfrutan reuniéndose un nutrido número de socios, personas todas ellas de categoría, cultura y sensibilidad que a partes iguales aprecian la valía del hombre que se planta en la arena a medio palmo del animal tanto como la belleza de la bestia astada de quinientos kilos y penetrante olor que sólo se percibe si ve uno la lidia cerca. Y es desde ahí, cerquita de la barrera, desde donde uno se da cuenta de que hasta que no están ambos uno frente al otro, midiéndose, nunca se sabe quién de ellos es David y quien es Goliat…

En fin, que el Londres del siglo XXI da para esto y para mucho más; para lo más moderno y lo más tradicional. Y no duden que todo cuanto Covadonga y yo vivamos de esta magnética ciudad, lo seguiremos compartiendo con ustedes sin dudar.
 
Ainhoa del Carre
Editorial Tejuelo.
 
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