Hace días leí en el blog del polémico escritor Salvador Sostres una entrada sobre los clubes privados. Sin entrar en el fondo del artículo, puedo entender parte de lo que Sostres siente hacia su club privado, una sensación de tranquilidad por saberse parte de una corporación o grupo y de estar, al menos potencialmente, «entre amigos».
Los clubes privados se crearon en Inglaterra en el s. XVIII con el propósito de dar cobertura a la necesidad por apostar que sentían los miembros de la alta sociedad, actividad prohibida en aquellos tiempos. Entre los primeros clubes que se fundaron en el londinense West End, se encuentran Brooks’s y Boodle’s, escisiones de White’s, situados frente por frente en St. James’s Street. El primero reunía a la aristocracia whig (liberales) y el segundo a los tories (conservadores). Los clubes proliferaron durante el siglo XIX y en 1824 se fundó el Athenaeum Club en Pall Mall, con un propósito bien distinto a los anteriores: pretendía reunir a individuos reconocidos por sus logros en los ámbitos literario, científico y artístico; reúne por ello una impresionante biblioteca repartida entre distintas salas.
En España también se fundaron clubes privados un poco más adelante. A finales del siglo XIX surgió el Nuevo Club como una escisión del Veloz Club, un club de carácter deportivo que reunía a la alta sociedad aficionada a los velocípedos. El Nuevo Club se establece en un edificio de la calle Cedaceros, 2, de Madrid, lugar que sigue ocupando en la actualidad.
Traigo hoy una entrada sobre los clubes privados a nuestra columna Pensamientos gastronómicos, porque este último año he podido disfrutar de la cocina de tres clubes privados de renombre: Brooks’s y The Athenaeum, en Londres, y el Nuevo Club, en Madrid. Ciertamente, la cocina es muy distinta. He pasado de lo brit chic a lo internacional sofisticado, pasando por la elegancia de la gastronomía francesa.
Tengo especial predilección por Brooks’s por una razón absolutamente subjetiva: porque de él fue miembro Lord Holland, elegido, de hecho, como socio cuando tenía dieciséis años, y porque allí, llevado de la mano de Lord Holland, cenó (y me juego algo a que no apostó) en numerosas ocasiones mi antepasado José María Blanco White, o Joseph, como le llamaron cuando se exilió allí. Admiro profundamente a los dos personajes por su talla intelectual y por su impagable aportación al liberalismo de las Cortes de Cádiz y pensar que he estado cenando donde ellos estuvieron una vez, me produce una sensación maravillosa.
En Brooks’s se cena muy bien. Es una maravilla poder disfrutar de un excelente vino blanco en su biblioteca, con las chimeneas encendidas y magníficos volúmenes al alcance de la mano, y bajar después al comedor para poder degustar, en un ambiente absolutamente british, de todas las delicias de la nuevamente sofisticada cocina inglesa. Cené unos huevos Benedictine singularmente en su punto y un espléndido pichón con verduras. De postre, una reinterpretación sofisticada del rhubarb crumble, un postre rabiosamente típico de Inglaterra hecho con ruibarbo.
El edificio palladiano de The Athenaeum es impactante. El vestíbulo y la escalera de mármol por la que se accede a las bibliotecas, coronada por la diosa Atenea, situada sobre un reloj que carece del número 8, es soberbia. Cené en el Coffee Room que da al jardín que asoma sobre Pall Mall. Una delicia. Después de escuchar a Vivaldi en St. Martin in the Fields, pude disfrutar de una cena fría, con una ensalada de langosta, perdiz y un summer pudding con moras, frambuesas y arándanos. Delicioso.
El edificio que ocupa el Nuevo Club en la calle Cedaceros es estrecho y alto. Está decorado con mucho gusto; siempre hay flores frescas. La biblioteca es quizá un poco escasa. En el bar se puede tomar un excelente aperitivo: patatas caseras a la inglesa. La cocina tiene una fuerte influencia francesa. La especialidad del chef son los huevos y doy fe de que todas las recetas con huevos son excelentes. Huevos en cocotte, en nidos de patata, con foie, revueltos, encapotados, poché, escalfados, Duffenieu… Los huevos se sirven generalmente de primer plato. Perdices o milhojas de solomillo son una buena opción si nos apetece carne. Las truchas a la naranja o el salmón poché con salsa holandesa, si nos apetece pescado. Los jueves sirven cocido que, en mi opinión no llega al nivel del de Lhardy, pero tiene poco que envidiarle. De postre, me inclino por el carro de quesos.
Son tres lugares muy diferentes. Quizá el punto en común que tengan es el excelente y atento servicio. También los tres son clubes de señores...
Puede que barra un poco para casa, pero me quedo con la cocina del Nuevo Club. El escenario del Athenaeum es impresionante, la solera de Brooks’s es incomparable, pero la cocina del Nuevo Club es exquisita.
Covadonga de Quintana