En nuestro periplo anual por los Cotswolds, esa maravillosa zona situada al oeste de Inglaterra, vamos descubriendo la cocina inglesa autóctona y la prestada que, como ya he escrito en una entrada anterior, ha recuperado el tono sofisticado y multicultural que la caracterizó durante la ocupación romana.
La zona de los Cotswolds ocupa varios condados del oeste de Inglaterra —Oxfordshire, Somerset, Gloucestershire y Warwickshire— y presenta una forma triangular, en la que los vértices son Stratford upon Avon, la cuna de Shakespeare —una delicia de ciudad para todos los amantes del trovador isabelino, entre los que devotamente me encuentro—, la monumental Oxford —cuyos recursos culturales nunca dejan de sorprenderte— y Bath. El área que se encuentra entre esos tres vértices es impresionante, no solamente desde el punto de vista estético y cultural, que lo es y mucho, sino también desde el gastronómico.
Me sitúo hoy en Bath, donde hemos pasado unos días inolvidables con un tiempo sorprendentemente bueno para el mes de febrero, y de la que quiero destacar tres propuestas para comer, cenar y tomar el té.
Como todo el mundo sabe, Bath fue en su tiempo conocida por sus aguas termales. Los romanos las aprovecharon y crearon allí unos baños y un templo que se pueden visitar hoy. Están perfectamente conservados y te teletransportan a los años de ocupación romana, que fueron unos cuantos, aunque se nos olvida, tantos como los que nos separan a nosotros del Renacimiento. A pocos metros de los baños se erige la abadía de Bath, que data de tiempos normandos. Las calles más bonitas de Bath y sus edificios más impresionantes fueron diseñados por dos arquitectos, padre e hijo, apellidados Wood, que promovieron el estilo neoclásico palladiano, cuyo máximo exponente es The Royal Crescent.
Pues bien, en ese maravilloso semicírculo formado por numerosos edificios neoclásicos, que nadie puede ver desde la carretera sin quedarse impresionado, se encuentra uno de los mejores restoranes de Bath—disculpen el galicismo—, situado en el hotel The Royal Crescent, un hotel de cinco estrellas formado por distintos edificios contiguos, decorado con muchísimo gusto y con unos jardines interiores cuidadísimos y aderezados con esculturas abstractas.
El restorán es moderno, limpio. El chef, David Campbell, es partidario de la cocina de temporada y utiliza productos locales, es un fan de la buena presentación de los platos. Tomamos el menú degustación porque queríamos probarlo todo y nos sirvió de excelente guía para la combinación de vinos y platos —se dice «maridaje», pero, no sé por qué, me resisto a utilizar esa palabra— un camarero español, andaluz, para más señas, que nos hizo la cena mucho más agradable. Nos recomendó tomar de postre quesos de los Costwolds. Feliz elección, estaban deliciosos, aunque uno de mis amigos que es alérgico a la lactosa no pudo disfrutar de aquellos manjares.
No lejos de los baños, se encuentra una de las casas más antiguas de Bath, la casa de la panadera Sally Lunn, una francesa emigrada a Inglaterra en el s. XVIII, que se dedicó a hornear el famoso panecillo de Bath —Bath’s bun— parecido a un brioche, una delicatesen de la que se disfrutaba por toda Inglaterra muy poco después de la llegada de la francesa a Bath. Esa historia me enganchó cuando la leí; de hecho, una de mis escritoras preferidas, Jane Austen, menciona los panecillos de Bath en una carta a su hermana Cassandra, y aquella referencia fue para mí como una llamada del más allá. Desde Madrid reservé mesa en el restorán Sally Lunn’s y llegamos a cenar directamente desde el aeropuerto de Bristol. Noche cerrada. Nos encontramos con un restorán pequeño, de paredes crudas y limpias y mesas cuajadas de velas. El servicio atentísimo. Allí puede disfrutar de los panecillos que traían loca a mi adorada Austen como acompañamiento a una sopa de tomate con albahaca. De segundo, Beef Bourguignon y de postre —pudding, no dessert—, un maravilloso crumble de pera y manzana, una receta que he repetido hasta la saciedad cuando tengo gente en casa.
En las propias termas, en un edificio adyacente, está la Pump Room, donde se puede beber el agua pura de las termas y tomar un high tea de escándalo. Durante el s. XVIII se celebraban en la Pump Room los bailes con cena de la clase alta de la ciudad. Jane Austen describe estos bailes en muchas ocasiones en sus libros y, en concreto, el de la Pump Room de Bath, aparece en Northanger Abbey y en Persuasion —mis novelas favoritas son Pride and Prejudice, con distancia, Sense and Sensibility y Emma, pero las otras dos se dejan leer también—. Con la intención de vivir (astralmente) la experiencia, fuimos a tomar el té. Delicioso, pero demasiado para mi estómago: sándwiches, pastelitos, bombones, scones con nata y mermelada… Eso a las cinco de la tarde, para un español, es como una bomba, pero merece la pena hacerlo al menos una vez.
No quiero olvidar mencionar que puede visitarse en Bath la casa museo de Jane Austen. Es una preciosidad y tiene una buena librería donde uno puede perderse durante horas. También se puede tomar el té en un salón escaleras arriba.
En fin, como habrán adivinado los improbables lectores y saben mis allegados, a mí me pasa como a Julio Camba, me gusta «vivir como un(a) inglés(a) y comer como un(a) francés(a)».
Covadonga de Quintana
Editorial Tejuelo
Publicado por Covadonga de Quintana | 23 de febrero de 2014
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