Aunque muchos los consideran una tendencia reciente, los vinos naranjas —también conocidos como orange wines— tienen raíces ancestrales que se remontan a más de 8.000 años en las regiones vinícolas de Georgia. Elaborados a partir de uvas blancas fermentadas con sus pieles, estos vinos desafían las categorías tradicionales y ofrecen una experiencia sensorial única que está conquistando paladares y copas en todo el mundo.
La técnica, similar a la del vino tinto, consiste en dejar las pieles de las uvas blancas en contacto con el mosto durante la fermentación. Este proceso aporta taninos, estructura y una gama de aromas y sabores que van desde lo floral y cítrico hasta lo terroso y especiado. El resultado: vinos de color ámbar, dorado o naranja, con cuerpo y personalidad.
¿Cómo se hacen los vinos naranjas?
A diferencia del vino blanco convencional, que se fermenta sin pieles, el vino naranja se elabora como un tinto: las uvas blancas se prensan y se dejan fermentar con sus hollejos durante días o incluso meses. Esta maceración prolongada aporta complejidad, textura y una ligera astringencia que lo distingue de otros estilos.
Muchos productores apuestan por métodos naturales, sin aditivos ni filtrados, lo que refuerza su carácter artesanal. Algunos incluso utilizan ánforas de barro —como en la tradición georgiana— para la crianza, lo que añade notas minerales y una dimensión oxidativa que recuerda a los vinos generosos.
Un vino con mística y versatilidad
Los vinos naranjas no solo seducen por su color y técnica, sino también por su versatilidad gastronómica. Maridan especialmente bien con platos especiados, fermentados, quesos curados, cocina asiática y propuestas vegetarianas. Su estructura tánica permite acompañar carnes blancas y pescados grasos, mientras que su acidez los convierte en aliados de la cocina contemporánea.
En espacios como el winebar Corchito, en el barrio de Lavapiés (Madrid), se sirve un vino naranja distinto cada día. “Tienen mística, historia y carácter. Son vinos que invitan a conversar”, afirma Mariel Benarós, una de sus propietarias.
De nicho a fenómeno global
Lo que comenzó como una curiosidad en círculos de sommeliers y enólogos se ha convertido en una categoría reconocida en cartas de restaurantes, ferias internacionales y tiendas especializadas. Países como Italia, Eslovenia, España, Francia y Australia han adoptado esta técnica, reinterpretándola con variedades locales y estilos propios.
La viticultora belga Aline Hock, por ejemplo, ha desarrollado vinos naranjas en Luxemburgo y España, apostando por la biodinámica y la expresión del terroir. Su trabajo, como el de muchos otros productores, contribuye a redefinir los límites del vino blanco y a recuperar prácticas olvidadas.
Una revolución silenciosa
Los vinos naranjas representan una revolución silenciosa en el mundo del vino: una vuelta al origen con mirada contemporánea. Son vinos que desafían, emocionan y conectan con una nueva generación de consumidores que busca autenticidad, sostenibilidad y narrativa en cada copa.



