En esta isla no valen las prisas, el día da para mucho (también la noche) y los vestigios de fenicios, romanos, árabes y cristianos conviven en armonía con un pueblo multicultural y con una mesa variopinta que triunfa en hoteles de cinco estrellas o en el soleado patio de una casa payesa.
Íñigo Rodríguez suma 12 años en las cocinas del restaurante del hotel Pacha, donde su relación con el producto local es tan idílica como el amor que le llevó a cambiar su País Vasco natal por un clima más benévolo. No le tiembla el pulso si debe preparar una coca o encontrar el equilibrio justo entre los calamares y la sobrasada, aunque es en su ensalada de peix sec (pescado seco) con pan de algas y helado de tomillo donde mejor ha resumido el Mediterráneo que le ha acogido.
Francis y Victoria (él estrasburgués, ella ibicenca) dan vida a Can Cires, un espacio enclavado en una construcción con casi dos siglos de historia en el distrito de San Mateu. Ella, sonriente y conversadora, lleva a la mesa lo que él crea en cocina; lo explica con dedicación y, si alguien quiere saber más, recita recetas con lujo de detalles. Por ejemplo, el truco para lograr un rico frit de polp es pochar los vegetales a fuego muy lento y para su all i olila clave está en hacerlo todo a mano.
Donde se encuentran los tres es en el flaó, un postre típico ibicenco con queso fresco de cabra y oveja y menta. En Can Cires preparan el tradicional (con una base que recuerda a la masa quebrada) y en Pacha prefieren el invertido, donde la galleta crujiente es la corona de una gustosa crema de queso.
Por Antonella Ruggiero Sansone