Lo que en primera instancia parece una cocina normal, con una cocinera preparando snacks y bebidas para los visitantes, se convierte de repente en un espectáculo difícil de describir. A medida que el mecanismo de la instalación va rotando el cubículo, la comida y los utensilios se caen al suelo desde la encimera y los armarios. Todo se mezcla y revuelve, como si la cocina se hubiera transformado en una batidora.
Cuando todo ha acabado, no queda más que un montón de basura bastante desagradable y una cocina manchada hasta el extremo igualmente repulsiva. Precisamente por ahí va la reflexión de Zeger, que quiere que seamos conscientes de la cantidad de comida que somos capaces de almacenar en nuestras casas, de la inmensidad de residuos que generamos y de cómo eso, de alguna manera, mancha irremediablemente nuestro entorno.
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