Esta es una característica que varía en función de cada tipo de caldo, ya que en ocasiones el paso del tiempo se toma como un rasgo positivo y en otras, todo lo contrario. Además también intervienen de forma decisiva las condiciones en las que son conservados. El color es el factor más claro para determinar este paso del tiempo, al ir modificándose poco a poco con el transcurso de los años.
En el caso de los vinos blancos, las coloraciones más predominantes son las pálidas, con tonos pajizos, limón, con destellos verdosos y bordes blanquecinos. A medida que va pasando el tiempo, o bien por la evolución de la botella o bien por la oxidación en contacto con la madera de las barricas, el matiz evoluciona a un color más dorado, ambarino.
Si hablamos de tintos, los colores malva y púrpura o carmesí tornarán a tonos menos intensos, como el teja, con notas pardo-rojizas, y los bordes pasarán de ser rojizos blanquecinos, caoba o ámbar. La razón es que los pigmentos rojos de las uvas decaen y comienzan a actuar los taninos, que son de color amarillento.
El color de los rosados cuando son jóvenes tienen un tono rosa frambuesa, rosa grosella o rosa fresa. A medida que van envejeciendo, se va transformando este rosa en naranja y naranja amarillento.
REDACCIÓN Gastronomia.com
